A Otilia Asig-Putul se le quiebra la voz cuando recuerda esos interminables 45 días que estuvo separada de su hijo.
Su pesadilla inició cuando cruzó a Estados Unidos por la frontera con México para pedir asilo en medio de una política de “tolerancia cero” impulsada por el presidente Donald Trump.
Venía de un largo y cansino viaje desde Ciudad de Guatemala, de donde salió de la mano de ‘Geremy’, como identifica a su niño de 11 años, y un sobrino.
Atrás quedaron sus otros tres hijos: uno de 10, una niña de 6 y el más chiquito de 4. Se separó de su marido, que dejó de darle dinero, y para mantener a sus niños decidió emigrar a Estados Unidos.
No dio muchos detalles del viaje, más allá de que vinieron con otras familias, no en la polémica caravana migrante, aclaró, y que recibieron la ayuda de “un muchacho”.
En el puesto fronterizo de San Luis, Arizona, se entregaron a las autoridades, el primer paso para un asilo.
Era un caliente día de mayo, tanto Otilia como ‘Geremy’ lo recuerdan bien.
Los oficiales de inmigración los colocaron a ambos en un auto con las ventanas cerradas.
“Caliente, caliente. No hallaba qué hacer, me puse a llorar”, dijo la mujer de 31 años en una entrevista telefónica.
Fueron las primeras lágrimas de muchas más que derramaría en este proceso, que aún no termina.
Al tiempo que llegaron a Estados Unidos, el gobierno empezaba la implementación de una política, suspendida semanas después ante la presión local e internacional, de enjuiciar a todos los inmigrantes que cruzaran ilegalmente la frontera y separar a niños de sus padres.
“Nunca imaginé lo que iba a suceder”, expresó esta ama de casa que se quedó a dos años de terminar su carrera en perito contable. “Si yo hubiera sabido que esto estaba pasando no vengo, ¿cómo voy a poner en riesgo la vida de mi hijo?”.